Conclusión
Desde su primera introducción, el concepto de terapia alfa ha despertado un gran interés y grandes esperanzas de que finalmente se haya encontrado la "bala mágica" para curar el cáncer. No hay duda de que, de las posibles formas de radiación, la emisión de partículas α podría convertirse potencialmente en la herramienta más eficaz para hacer realidad el principio plasmado en la estrategia de terapia dirigida con radionucleidos (TRT).
Sin embargo, el enfoque basado en la terapia alfa dirigida no puede considerarse intrínsecamente válido por el simple hecho de que utiliza partículas α, porque se deben cumplir otros requisitos fundamentales para desarrollar una terapia verdaderamente eficaz contra los tumores.
En este contexto, el ejemplo del radiofármaco 223Ra introducido en la práctica clínica para el tratamiento de pacientes con mCRPC merece un análisis más preciso. Más de una década después de su aprobación clínica, el 223Ra no ha logrado proporcionar el primer ejemplo de "bala mágica" para la TAT del cáncer de huesos. El efecto principal de la administración de 223Ra es paliativo y no verdaderamente terapéutico, como lo refleja la sobrevida global (OS; criterio principal de valoración de eficacia) de los pacientes tratados que, solo excede en aproximadamente 3.6 meses a la de los no tratados(42). Este resultado es paralelo a la observación de que, en el subgrupo de pacientes que no recibieron docetaxel antes del tratamiento, no hubo diferencias significativas en el tiempo al primer evento esquelético sintomático (SSE; criterio secundario de valoración de eficacia) entre pacientes tratados con 223Ra y no tratados (17.5 m y 19.0 m respectivamente)(43). Las razones de este fallo ahora se comprenden bien y ya habían sido destacadas por investigaciones básicas mucho antes de la aprobación del radiofármaco por parte de las autoridades regulatorias. De hecho, siempre se ha sabido universalmente que, para ser verdaderamente eficaz, la TAT exige que se cumpla un requisito previo esencial, a saber, que el radiofármaco emisor α sea internalizado por las células cancerosas blanco, posiblemente en las proximidades del núcleo. Por el contrario, el ion radioactivo 223Ra no ingresa a las células malignas del tumor óseo, sino que se deposita en el tejido normal circundante cuyo crecimiento es estimulado por el proceso inflamatorio asociado con la presencia de la lesión neoplásica. Dadas estas premisas, parece muy poco probable que la TAT con 223Ra pueda ejercer todo su potencial terapéutico; sin embargo, inexplicablemente, el 223Ra fue rápidamente aprobado por muchas autoridades regulatorias de todo el mundo para el tratamiento del cáncer de huesos. Considerando los efectos secundarios retardados que afectaron a numerosos pacientes tratados con 223Ra, ciertamente no puede afirmarse que el primer ejemplo de TAT se viera coronado por un gran éxito.
La presión actual de la comunidad científica para promover la introducción de radiofármacos de 225Ac en el uso clínico, sugiere que la comunidad de medicina nuclear no ha extraído una lección suficiente del caso 223Ra. El principal inconveniente de este radiofármaco es que no se han tenido en cuenta los resultados experimentales más relevantes sobre su verdadero comportamiento biológico y su localización in vivo. Aparentemente, la misma conducta inadecuada y uso inapropiado de los datos experimentales aún siguen afectando al desarrollo de los radiofármacos de Ac, también teniendo en cuenta la persistente falta de un modelo computacional satisfactorio para determinar la dosimetría in vivo con emisores α (44).
Dado que es de suma importancia considerar un equilibrio claro entre beneficios y riesgos, la presente revisión intentó revelar los principales defectos que continúan desafiando la investigación sobre radiofármacos de 225Ac y proporcionar un mensaje de advertencia de que el desarrollo de un TAT de 225Ac exitoso contra el cáncer, sólo podrá llevarse a cabo después de que todas las cuestiones importantes y los problemas sean adecuadamente abordados.